martes, 7 de junio de 2011

Politica Helena


La Antigua Grecia se componía de varios centenares de ciudades-estado (polis) más o menos independientes. Esta situación era diferente que en la mayoría de las otras sociedades, que eran o tribus o reinos soberanos de territorios extensos. Sin duda la geografía de Grecia –dividida y subdividida por colinas, montañas y ríos– contribuía a la naturaleza fragmentada de la Antigua Grecia. Es probable que una estructura política similar existiera en las grandes ciudades-estado marítimas de Fenicia. Sin embargo, hasta cierto punto la situación era única en la Antigua Grecia. Por un lado, los griegos antiguos no dudaban que eran «un pueblo singular»; compartían la misma religión, la misma cultura básica y la misma lengua; además de ser muy conscientes de sus orígenes tribales; Heródoto pudo clasificar las ciudades-estado por tribu. Por otro lado, aunque existían estas relaciones de más alto nivel, parece que rara vez jugaban un papel en la política griega. La independencia de las poleis se defendía con fiereza; los antiguos griegos rara vez contemplaban la unificación de Grecia. Aun cuando un grupo de ciudades-estado se aliaron para defender Grecia durante la segunda invasión persa, la inmensa mayoría de las poleis se quedaban neutrales y, al derrotar a los persas, los «aliados» volvieron a sus luchas internas.
Por lo tanto, las mayores peculiaridades del sistema político en la Antigua Grecia eran:
-Su naturaleza fragmentaria, que no parece en particular tener orígenes tribales.
-La centralización del poder en centros urbanos dentro de estados pequeños.
    Las rarezas del sistema griego son más evidentes en las colonias que los griegos establecieron alrededor del Mar Mediterráneo. Aunque cada una podía considerar cierto polis griego como su «madre» (y mantenerse amable o parcial a ella), era enteramente independiente de la ciudad que la fundó.
    Inevitablemente, las menores poleis podían ser dominados por sus mayores vecinos, pero las conquistas y los reinados directos fueron bastante raros. Al contrario, las poleis se organizaban en ligas, cuyos afiliados estaban en un estado constante de cambio. Después, en el período clásico, el número de ligas decrecía y las ligas se hacían mayores. Cada una era dominada por una única ciudad (por ejemplo Atenas, Esparta o Tebas), y muchas veces una polis era obligada a afiliarse a una liga bajo la amenaza de la guerra (o bajo las condiciones de un tratado de paz). Aun después de que Filipo II de Macedonia «conquistó» los centros de la Antigua Grecia, no trató de anexionar el territorio ni lo unificó en una provincia nueva; simplemente obligó a la mayoría de las poleis a unirse a su propia Liga de Corinto.

    En Atenas, dos legisladores, Solón y Clístenes (siglo VI a. C.), para frenar los abusos de la nobleza oligárquica y los excesos de la tiranía, establecieron en Atenas un sistema en el que todo el pueblo tomaba las decisiones: esto significa el nacimiento de la democracia directa, que llegó a su máximo apogeo con Pericles (siglo V a. C.) y cuyas bases eran la libertad de expresión y la igualdad ante la ley.  
    Por su lado, Esparta es el mejor ejemplo de la sumisión de los ciudadanos a los intereses totalitarios del estado. Esparta era un gran cuartel, y los espartanos eran ante todo soldados educados para la guerra: despreciaban las bellas artes porque no eran útiles para la guerra, y tampoco hablaban demasiado porque un soldado obedece órdenes pero no las discute. 

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